Los pancitos de mi abuela Kika

Cuando éramos pequeños, especialmente en verano, era una fiesta cuando mi abuela Kika preparaba sus famosos «pancitos». Llamábamos así a unos panes suavecitos, redondeados en su parte superior y dorados en el horno de la cocina a leña de la casa.
Los preparaba con leche y manteca casera. Eran un manjar. No puedo olvidarme del olorcito impregnando cada rincón de la enorme casa donde vivíamos, ni de su gusto, ni del placer que sentíamos apenas detectábamos el aroma.

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Sol de abril

El sol, dorado y tibio, golpeaba su cara. Las montañas que eran su destino, con sus picos cubiertos de blanco, parecían alejarse en una bruma azulada. El camino le pesaba, las piedras provocaban con frecuencia a su cabalgadura. Avanzaba al paso, cómodo, dejando al caballo seguir su propio ritmo. No tenía apuro.

Cabalgaba abstraído en sus pensamientos. Había trabajado toda la semana como mula para ganar unos pocos pesos que le ayudarían a pasar el mes.

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