El sol, dorado y tibio, golpeaba su cara. Las montañas que eran su destino, con sus picos cubiertos de blanco, parecían alejarse en una bruma azulada. El camino le pesaba, las piedras provocaban con frecuencia a su cabalgadura. Avanzaba al paso, cómodo, dejando al caballo seguir su propio ritmo. No tenía apuro.
Cabalgaba abstraído en sus pensamientos. Había trabajado toda la semana como mula para ganar unos pocos pesos que le ayudarían a pasar el mes.