Una cuestión personal

En esta nota trataré un tema realmente trascendental. Un asunto crucial para responder las más profundas cuestiones del Universo. Algo con lo que todos mis alumnos, amigos, conocidos y parientes me han machacado siempre el yunque de mi oido, haciendo uso de eso que los anatomistas han dado en llamar «martillo» pero que no se parece en nada a un martillo real; por supuesto que el yunque tampoco se parece en nada a un yunque, pero no hay nada por hacer contra la imaginación de esos grandes estudiosos de la anatomía.

Es decir, voy a explicar qué es «Boragora», mi alias informático.

Como en muchas otras cuestiones universales, primordiales, hay una respuesta corta, y una larga.

La corta es, simplemente, «Boragora» es nada; es nada más que la primer conjunción de sílabas que se me ocurrió cuando decidí dejar de usar mi alias anterior, el famoso y nunca bien ponderado «Septimus», alias por el cual nadie me conoce, porque prácticamente no hice uso de él en el ciberespacio, sino que solamente lo empleé para algunos pocos BBSs allá en la época en que empecé a conectarme vía telefónica usando un módem Zoltrix de 33600bps.

La larga, es obviamente más complicada. Si llegaste hasta acá leyendo, y aún querés continuar, realmente estás tan al cohete que seguramente tendrás tiempo suficiente para leer mucho más. Así entonces, sin más preámbulos, comenzaré a explicar con algo de historia.

Comencé a conectarme a servidores allá por el año 1997, cuando junto con un grupo de chicos y gente de IBM comenzamos a reunirnos para formar lo que dió en llamarse el «ClubOS/2», un grupo de pibes que nadaban contra la corriente y que en vez de usar DOS/Windows 3.1 de Microsoft, usábamos OS/2, un hoy ya casi olvidado sistema operativo desarrollado por IBM junto con Microsoft. En mi caso, utilizaba OS/2 Warp 3, que no disponía de servicios de redes como Warp Connect, pero que podía instalarse como un agregado. Así, comencé a aprovechar una pequeña intranet de dos máquinas, que luego se hicieron tres.

En algún momento hacia finales de ese año, gracias a una agradecida donación de IBM, instalé Warp 4. Significó un salto en las tecnologías informáticas de la época, si bien pasó completamente desapercibido y luego desapareció gradualmente. Permitía, entre otras muchas características singulares y muy avanzadas para ese momento, controlar la interfaz gráfica por completo utilizando la voz; y eso funcionaba perfectamente en un Pentium I 133MHz con 32MB de RAM.

En ese mismo año, comencé a usar mi primer alias informático, «Septimus» conectándome al BBS y luego a Internet de la mano del ISP «Los Pinos II». Ese alias pronto se modificó a «Septimus II», que escrito sin mayúsculas y como nombre de usuario quedaba «septimusii» a secas, lo cual quizá haya sido un insulto muy violento en swahili, pero que en castellano sonaba sólo ridículo.

En 1998, durante las dos semanas que duraron las vacaciones de invierno de ese glorioso año, dediqué cada hora de vigilia a aprender Linux, a tratar de dilucidar lo más posible de ese nuevo sistema operativo como para poder desechar definitivamente a OS/2, pues el soporte y la disponibilidad de software comenzaba a declinar rápidamente.

Logré mi objetivo, y desde entonces utilizo GNU/Linux como único sistema operativo, tanto en servidores como en estaciones de trabajo en todo tipo de hardware, desde antiguos K6 300MHz a modernos dual Quad Core, tanto en mi empresa como en nuestros clientes.

Gracias a Linux, y considerando verdadero en forma literal el famoso slogan de Sun Microsystems «The network is the computer» (La red es la computadora), hice uso extensivo de la pequeña intranet que en ese momento tenía. Incluyendo la posibilidad de conectarme a Internet y comenzar mis primeros pasos en hosting y desarrollo de sitios web.

De esa manera, al registrarme en los distintos servicios web que existían, como Yahoo, Bigfoot, Hotmail, Geocities y muchísimos otros, decidí cambiar mi alias. Todo fue cuestión de segundos: debía registrarme sin perder demasiados preciosos segundos de conexión telefónica a Internet, y tipeé con violencia la primer serie de sílabas que se me ocurrió: «boragora».

Orgulloso de mi atrozmente creativa invención, busqué en los mejores buscadores de la época la palabra, para descubrir que era el primero en utilizarla: Altavista me decía «0 results». Brillante. Mi ego sufrió un impulso descarado, y henchido de vanidad y arrogancia continué usando ese alias hasta el día de hoy.

Claro que subestimé la potencia de mi mente, de la memoria de mi subconsciente.

Durante mi infancia, o quizá durante mi preadolescencia, o en alguna parte de aquel remoto pasado, era fanático de una serie llamada «Leyendas del simio de oro» (Tales of the Gold Monkey). En ella, se podía ver un tipo muy simpático salvarse de toda clase de problemas, mientras volaba en su fantástico Grumman Goose, hidroavión que me fascinaba y que era realmente la razón de mi pasión por dicha serie.

En fin, diez años más tarde de mi «invención», de haber realizado una fluctuación en la historia de la humanidad con mi alias «boragora», realicé una nueva búsqueda del mismo en Google. Cuál sería mi sorpresa al descubrir que la isla a la cual asiduamente viajaba Jake -tal era el nombre del personaje en esa serie- llevaba por nombre «Bora Gora». Así me dí cuenta de varias cosas: 1) mi creatividad no existe; 2) el cerebro es realmente asombroso; 3) la fluctuación en la historia de la humanidad fue provocada por Donald P. Bellisario, y no por quien estas líneas escribe.

En otros términos, esa palabra, ese nombre «Bora Gora», la isla de mi serie, había quedado oculto en algún nudo neuronal en mi cerebro gris, y había salido a la luz como una «chispa creativa», cuando en realidad era una vulgar copia.

Por lo que, en resumidas cuentas, ahora sabés la verdad: Bora Gora es una isla ficticia del Pacífico Sur, creada para una serie que ya no existe desde hace muchos años y ha quedado olvidada en la historia cinematográfica.

Podés ir a leer en Wikipedia sobre la serie que tanto me atrapaba.

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